Caballeros cadetes: 
Quisiera celebrar este acto de               despedida con la solemnidad de los años anteriores, en que, a los               acordes del Himno Nacional, sacásemos por última vez nuestra               bandera y, como ayer, besarais sus ricos tafetanes, recorriendo               vuestros cuerpos el escalofrío de la emoción y nublándose               vuestros ojos al conjuro de las glorias por ella encarnadas; pero               la falta de bandera oficial limita nuestra fiesta a estos sentidos               momentos en que, al haceros objeto de nuestra despedida, recibáis               en lección de moral militar mis últimos consejos.
Tres años lleva de vida la               Academia General Militar, y su esplendoroso sol se acerca ya al               ocaso. Años que vivimos a vuestro lado educándoos e instruyéndoos               y pretendiendo forjar para España el más competente y virtuoso               plantel de oficiales que nación alguna lograra poseer.
Intimas satisfacciones recogimos               en nuestro espinoso camino cuando los más capacitados técnicos               extranjeros prodigaron calurosos elogios a nuestra obra,               estudiando y aplaudiendo nuestros sistemas y señalándolos como               modelo entre las instituciones modernas de la enseñanza militar.               Satisfacciones íntimas que a España ofrecemos, orgullosos de               nuestra obra y convencidos de sus más óptimos frutos.
Estudiamos nuestro Ejército, sus               vicios y sus virtudes, y corrigiendo aquellos, hemos de               acrecentado éstas al compás que marcábamos una verdadera               evolución en procedimientos y sistemas. Así vimos sucumbir los               libros de texto, rígidos y arcaicos, ante el empuje de un               profesorado moderno, consciente de su misión y reñido con tan               bastardos intereses.
Las novatadas, antiguo vicio de               Academias y cuarteles, se desconocieron ante vuestra comprensión               y noble hidalguía.
Las enfermedades venéreas, que               un día aprisionaron, rebajándolas, a nuestras juventudes, no               hicieron su aparición en este cuerpo, por la acción vigilante y               adecuada profilaxis.
La instrucción física y los               diarios ejercicios en el campo os prepararon militarmente, dando a               vuestros cuerpos aspecto de atletas y desterrando de los cuadros               militares al oficial sietemesino y enteco. Los exámenes de               ingreso, automáticos y anónimos, antes campo abonado de intrigas               e influencias, no fueron bastardeados por la recomendación y el               favor, y hoy podéis enorgulleceros de vuestro progreso, sin que               os sonrojen los viejos y caducos procedimientos anteriores.
Revolución profunda en la enseñanza               militar, que había de llevar como forzado corolario la intriga y               la pasión de quienes encontraban granjería en el mantenimiento               de tan perniciosos sistemas.
Nuestro Decálogo del Cadete               recogió de nuestras sabias Ordenanzas lo más puro y florido,               para ofrecéroslo como credo indispensable que prendiese vuestra               vida, y en estos tiempos en que la caballerosidad y la hidalguía               sufren constantes eclipses, hemos procurado afianzar nuestra fe de               caballeros manteniendo entre vosotros una elevada espiritualidad.
Por ello, en estos momentos,               cuando las reformas y nuevas orientaciones militares cierran las               puertas de este centro, hemos de elevarnos y sobreponernos,               acallando el interno dolor por la desaparición de nuestra obra,               pensando con altruismo: se deshace la máquina, pero la obra               queda; nuestra obra sois vosotros, los 720 oficiales que mañana               vais a estar en contacto con el soldado, los que los vais a cuidar               y a dirigir, los que, constituyendo un gran núcleo del Ejército               profesional, habéis de ser, sin duda, paladines de la lealtad, la               caballerosidad, la disciplina, el cumplimiento del deber y el espíritu               de sacrificio por la Patria, cualidades todas inherentes al               verdadero soldado, entre las que destaca como puesto principal la               disciplina, esa excelsa virtud indispensable a la vida de los ejércitos               y que estáis obligados a cuidar como la más preciada de vuestras               prendas.
¡Disciplina!..., nunca buen               definida y comprendida. ¡Disciplina!..., que no encierra mérito               cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!...,               que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo               contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por               levantarse en íntima rebeldía, o cuando la arbitrariedad o el               error van unidos a la acción del mando. Esta es la disciplina que               os inculcamos, esta es la disciplina que practicamos. Este es el               ejemplo que os ofrecemos.
Elevar siempre los pensamientos               hacia la Patria y a ella sacrificarle todo, que si cabe opción y               libre albedrío al sencillo ciudadano, no la tienen quienes               reciben el sagrado depósito de las armas de la nación, y a su               servicio han de sacrificar todos sus actos.Yo deseo que este compañerismo               nacido en estos primeros tiempos de la vida militar, pasados               juntos, perdure al correr de los años, y que nuestro amor a las               armas de adopción tenga siempre por norte el bien de la Patria y               la consideración y el mutuo afecto entre los compañeros del Ejército.               Que si en la guerra habéis de necesitaros, es indispensable que               en la paz hayáis aprendido a comprenderos y estimaros. Compañerismo               que lleva en sí el socorro al camarada en desgracia, la alegría               por su progreso, el aplauso al que destaca y la energía también               con el descarriado o el perdido, pues vuestros generosos               sentimientos han de tener como valladar el alto concepto del               honor, y de este modo evitaréis que los que un día y otro               delinquieron abusando de la benevolencia, que es complicidad de               sus compañeros, mañana, encumbrados por un azar, puedan ser en               el Ejército ejemplo pernicioso de inmoralidad e injusticia.
Concepto del honor que no es               exclusivo de un Regimiento, Arma o Cuerpo; que es patrimonio del               Ejército y se sujeta a las reglas tradicionales de la               caballerosidad y la hidalguía, pecando gravemente quien crea               velar por el buen nombre de su Cuerpo arrojando a otro lo que en               el suyo no sirvió.
Achaque este que, por lo               frecuente, no debo silenciar, ya que no nos queda el mañana para               aconsejaros.                              
No               puedo deciros, como antes, que aquí dejáis vuestro solar, pues               hoy desaparece; pero sí puedo aseguraros que, repartidos por España,               lo lleváis en vuestros corazones, y que en vuestra acción futura               ponemos nuestras esperanzas e ilusiones; que cuando al correr de               los años blanqueen vuestras sienes y vuestra competencia               profesional os haga maestros, habréis de apreciar lo grande y               elevado de nuestra situación: entonces, vuestro recuerdo y sereno               juicio ha de ser nuestra más preciada recompensa.                              
Sintamos hoy al despediros la               satisfacción del deber cumplido y unamos nuestros sentimientos y               anhelos por la grandeza de la Patria gritando juntos: 
“¡Viva España!”.

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