“El Generalísimo Franco, Jefe del Estado español, falleció el 20  de noviembre de 1975. Al margen de cómo le juzgará la historia, lo que  sí es seguro es que en la historia judía ocupará un puesto especial. En  contraste con Inglaterra, que cerró las fronteras de Palestina a los  judíos que huían del nazismo y la destrucción, y en contraste con la  democrática Suiza que devolvió al terror nazi a los judíos que llegaron  llamando a sus puertas buscando ayuda, España abrió su frontera con la  Francia ocupada, admitiendo a todos los refugiados, sin distinción de  religión o raza. El profesor Haim Avni, de la Universidad Hebrea, que ha  dedicado años a estudiar el tema, ha llegado a la conclusión de que se  consiguieron salvar un total de por lo menos 40.000 judíos, vidas que se  salvaron bien directamente a través de intervenciones españolas de sus  representantes diplomáticos, o gracias a haber abierto España sus  fronteras”. Estas líneas no proceden precisamente de la pluma de algún  nostálgico del franquismo, sino que fueron publicadas, en 1976, con  motivo del aniversario de la muerte de Francisco Franco, en el editorial  de The American Sephardí. No son, por otra parte, el único argumento  con el que se defiende el papel de Francisco Franco en la salvación de  las vidas de miles de judíos durante la II Guerra Mundial y que reúne,  desde 1975, cada 20 de noviembre en numerosas sinagogas de Estados  Unidos, a miles de hebreos que rezan su kadish (oración de duelo) en  memoria de tan controvertida figura de la historia de España.Adolf Hitler y Francisco Franco en su histórico encuentro en Hendaya (23 de octubre de 1940).
Testimonios como el del rabino Chaim Lipschitz, del seminario hebreo  Torah Vodaatth an Mesivta de Brooklyn (“Tengo pruebas de que el Jefe del  Estado español, Francisco Franco, salvó a más de sesenta mil judíos  (….). Ya va siendo hora de que alguien le dé las gracias por ello”), del  historiador Enrico Deaglio en su libro La banalidad del bien (“Si bien  el papel de la España franquista en las operaciones de salvamento de los  judíos europeos ha sido silenciado casi del todo, fue decididamente  superior al de las democracias antihitlerianas. Las cifras varían entre  30.000 o 60.000 judíos liberados del holocausto”) o del filósofo e  historiador alemán Patrick von zur Mühlen en cuyo libro Huida a través  de España y Portugal podemos leer “España hizo posible que más de 50.000  disidentes y judíos escaparan de los nazis” , han contribuido a que en  la tradición judía de los denominados Libro de la Muerte (enemigos de  Israel) y Libro de la Vida (amigos y protectores) el nombre de Franco  figure en este último.
¿A dónde y a qué tiempo podemos remitirnos para encontrar el origen de estas teorías de agradecimiento a Franco por parte de los judíos cuando, aunque teóricamente neutral, se sabía perfectamente del pacto de Generalísimo con Hitler? Pues, en primer lugar, ni más ni menos que a Budapest (Hungría), verano de 1944, ciudad a la que llega, como encargado de negocios de la embajada española, Ángel Sanz Briz, uno de los tres españoles (los otros dos son Eduardo Propper y José Santaella) que recibieron, al igual que el mítico Schindler, la distinción de Justo entre las Naciones otorgada por el Estado de Israel. En la página web del Museo del Holocausto (Yad Vashem) leemos, al respecto de Sanz Briz: “Inmediatamente después del comienzo de las persecuciones contra los judíos húngaros ofreció en nombre de su gobierno proveer pasaportes a judíos de origen español y negociar por su protección con las autoridades de Hungría. Sanz Briz recibió el consentimiento de otorgar esos derechos a 200 judíos españoles pero los amplió por su cuenta a 200 familias y luego incrementó el grupo una y otra vez. También hizo alojar a judíos en edificios rentados por él en Budapest bajo la protección de la bandera española”.
En torno a seis mil vidas salvadas se le atribuyen a Sanz Briz y a su compañero en la embajada, el italiano Giorgio Perlasca (al que Franco otorgó pasaporte español por combatir en las filas de los nacionales durante la guerra), otro Justo que en el 91, un año antes de morir, escribía al rey Juan Carlos: “Ha sido para mí un gran placer trabajar por cuenta de España, país al que siempre me han ligado tantos vínculos, por la salvación de tantas vidas humanas, y lamento no haber podido, o sabido, hacer más”.
¿Actuó Ángel Sanz Briz por cuenta propia o con permiso de Franco? Esa es la gran pregunta, claro, pero si en su caso en Yad Vashem no hallamos respuesta sí la encontramos en el de Eduardo Propper de Callejón, diplomático de alto rango de la embajada española en París cuando las tropas alemanas invadieron Francia, que se distinguió por conceder cientos de visados a judíos franceses para que accediesen a territorio español: “En marzo de 1941, el ministro de Relaciones Exteriores español Ramón Serrano Suñer ordenó al embajador en Vichy, José Lucrecia, la suspensión inmediata de Propper de sus funciones en la embajada (…). El embajador trató de apelar la decisión, aduciendo que Propper había recibido recientemente una distinción honorífica del propio mariscal Petáin, pero el ministro denegó la petición respondiendo que no lograba comprender las razones que podría haber tenido el gobierno francés para otorgar una medalla a un funcionario español al servicio de los intereses judíos”.
Eso sí, no olvidemos que Serrano Suñer, que nunca ocultó su admiración por el nazismo (se le acusa de haber dado la orden de confeccionar un presunto Archivo Judaico o lista de judíos españoles que se le entregó a Himmler pero cuya existencia nunca ha sido probada), cesó a su vez como ministro de Exteriores en septiembre de 1942.
¿A dónde y a qué tiempo podemos remitirnos para encontrar el origen de estas teorías de agradecimiento a Franco por parte de los judíos cuando, aunque teóricamente neutral, se sabía perfectamente del pacto de Generalísimo con Hitler? Pues, en primer lugar, ni más ni menos que a Budapest (Hungría), verano de 1944, ciudad a la que llega, como encargado de negocios de la embajada española, Ángel Sanz Briz, uno de los tres españoles (los otros dos son Eduardo Propper y José Santaella) que recibieron, al igual que el mítico Schindler, la distinción de Justo entre las Naciones otorgada por el Estado de Israel. En la página web del Museo del Holocausto (Yad Vashem) leemos, al respecto de Sanz Briz: “Inmediatamente después del comienzo de las persecuciones contra los judíos húngaros ofreció en nombre de su gobierno proveer pasaportes a judíos de origen español y negociar por su protección con las autoridades de Hungría. Sanz Briz recibió el consentimiento de otorgar esos derechos a 200 judíos españoles pero los amplió por su cuenta a 200 familias y luego incrementó el grupo una y otra vez. También hizo alojar a judíos en edificios rentados por él en Budapest bajo la protección de la bandera española”.
En torno a seis mil vidas salvadas se le atribuyen a Sanz Briz y a su compañero en la embajada, el italiano Giorgio Perlasca (al que Franco otorgó pasaporte español por combatir en las filas de los nacionales durante la guerra), otro Justo que en el 91, un año antes de morir, escribía al rey Juan Carlos: “Ha sido para mí un gran placer trabajar por cuenta de España, país al que siempre me han ligado tantos vínculos, por la salvación de tantas vidas humanas, y lamento no haber podido, o sabido, hacer más”.
¿Actuó Ángel Sanz Briz por cuenta propia o con permiso de Franco? Esa es la gran pregunta, claro, pero si en su caso en Yad Vashem no hallamos respuesta sí la encontramos en el de Eduardo Propper de Callejón, diplomático de alto rango de la embajada española en París cuando las tropas alemanas invadieron Francia, que se distinguió por conceder cientos de visados a judíos franceses para que accediesen a territorio español: “En marzo de 1941, el ministro de Relaciones Exteriores español Ramón Serrano Suñer ordenó al embajador en Vichy, José Lucrecia, la suspensión inmediata de Propper de sus funciones en la embajada (…). El embajador trató de apelar la decisión, aduciendo que Propper había recibido recientemente una distinción honorífica del propio mariscal Petáin, pero el ministro denegó la petición respondiendo que no lograba comprender las razones que podría haber tenido el gobierno francés para otorgar una medalla a un funcionario español al servicio de los intereses judíos”.
Eso sí, no olvidemos que Serrano Suñer, que nunca ocultó su admiración por el nazismo (se le acusa de haber dado la orden de confeccionar un presunto Archivo Judaico o lista de judíos españoles que se le entregó a Himmler pero cuya existencia nunca ha sido probada), cesó a su vez como ministro de Exteriores en septiembre de 1942.
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